El pequeño comercio tiene una gran importancia en el tejido económico y social de Cataluña, ya que, tradicionalmente, ha sido un elemento vertebrador de la vida cotidiana de pueblos y ciudades. Hay un buen número de tiendas que conservan el aspecto originario y pueden considerarse de valor patrimonial (por interés histórico y, a menudo, artístico).
De todos los establecimientos de proximidad, predominan los vinculados a la alimentación, comenzando por restaurantes, fondas, hoteles y casas de comida. Aunque no siempre han gozado de un reconocimiento explícito, en buena medida son responsables de la pervivencia de muchas recetas tradicionales. Forman parte de esta lista el 7 Portes, Can Culleretes, Pitarra o Can Lluís de Barcelona. También la Fonda Europa (Granollers); el Tall de Conilla (Capellades) o la Fitorra (Vilanova y la Geltrú), todos ellos con más de 100 años de historia.
Para comprar pan de toda la vida en Barcelona se puede ir a la Fleca Balmes o al Forn Mistral. De panaderías fieles al oficio y la tradición se conservan un buen número en Cataluña como el Forn Can Geroni (Vilanova del Vallès), el Soler (Vic), el Jaume Monell (Manresa) o Cal Pelegrí (Sant Pau d'Ordal).También son bastante numerosas las pastelerías centenarias como la Boadella (Banyoles), la Ferrer (Olot), la Valero (Riba-roja d’Ebre y Móra d’Ebre), Can Tuyarro (Santa Coloma de Farners) o Castelló (Girona), famosa por sus Miralls de Santa Clara.
Otros establecimientos vinculados a la tradición comercial catalana son los colmados, también llamados coloniales o ultramarinos porque estaban especializados en productos de importación. No se conservan muchos, pero La Confiança, en Mataró, es uno de los más valiosos. Proyectada por Puig i Cadafalch en 1894, mantiene la decoración modernista intacta.
En el grupo hay que sumar farmacias (como la Franquesa, de Barcelona), droguerías (como la Boter, de Badalona), tiendas de telas (como la Sastreria Queralt, de Reus) e incluso ceras, como la Subirà de Barcelona que data del 1761.